Un amor heredado
El café siempre ha sido parte de nuestra esencia, una pasión que corre por nuestras venas. Aunque no fue hasta hace poco que descubrimos la profunda conexión que nos une a este grano: nuestro abuelo Alejandrino era cafetero.
A través de las cálidas palabras de nuestra abuela Mariela, de 80 años, nos remontamos a sus años de juventud. Ella recuerda cómo, tras casarse con el abuelo en la década de 1950, se mudó a un lugar remoto, «unas selvas», nada menos que el Cañón del Río Santo Domingo.
Con nostalgia, la abuela Mariela narra: «Yo sufrí mucho, pero fui capaz. Dejé de hilar cabuya para irme con Alejandrino a vivir allá, donde manejaban café… Cuando lo conocí, él estaba sembrando una cafeterita para el futuro.»
En ese momento, supimos que el café era más que una bebida para nosotros; era un legado familiar. La finca del abuelo y su familia estaba ubicada en El Carmen de Viboral, en Santo Domingo, un tesoro natural y cultural bendecido por un clima ideal para el cultivo del café. En aquella época, el café era el motor de la economía colombiana, y las familias caficultoras, como la nuestra, eran el corazón de esta industria.
Un homenaje al trabajo duro
El día a día del abuelo giraba en torno al café. Desde la siembra y el cuidado de las plantas hasta la cosecha y el procesamiento del grano, cada paso era realizado con dedicación y esmero. La abuela, por su parte, aunque no vivía en la finca, administraba el hogar con esmero, desde una vereda cercana de clima frío. pues todo el dinero del café vendido llegaba a sus manos.
La expresión «yo sufrí mucho» refleja la fortaleza de una mujer que dejó atrás la vida en Guarne, cerca de Rionegro y San Vicente, para adentrarse en una zona rural, lejos de las comodidades y los servicios básicos. Incluso, dio a luz a sus hijos sin asistencia médica.
La violencia y la resiliencia
Las décadas de 1960 y 1970 en Colombia estuvieron marcadas por un período de intenso malestar político y social conocido como «La Violencia». Este conflicto afectó particularmente las zonas rurales, como el Cañón del Río Santo Domingo, convirtiéndolas en campos de batalla y refugios temporales para grupos armados.
La abuela Mariela recuerda algunas visitas inesperadas de estos grupos en su hogar. Con resignación, describe cómo escondía a sus hijos y preparaba comida para ellos. La situación se volvió insostenible, y finalmente, la abuela le dio un ultimátum al abuelo: «Se va con nosotros o se queda».
Con once hijos a cuestas, emprendieron un viaje en chiva, dejando atrás la finca cafetera.
Honrando el legado
Aunque la «cafeterita» del abuelo se quedó en la tierra, su legado vive en el corazón de CAMPA. Hoy, honramos el trabajo arduo de nuestros abuelos al adoptar el café como una forma de vida, una herencia que queremos compartir con el mundo. Con cada taza de café, no solo saboreamos el aroma y el sabor, sino también la memoria de nuestro abuelo y su pasión por el café.
CAMPA: Más que un café
CAMPA reconoce el papel fundamental de las mujeres rurales en la producción de alimentos y el desarrollo de sus comunidades. Por eso, trabajamos para empoderarlas y romper el ciclo de pobreza y hambre en el mundo.
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